Las condiciones adversas a todos los sectores sociales se
fueron acumulando a lo largo de la administración porfirista hasta llegar el
momento en que estallaría el detonante en que se había convertido la nación. El
gobierno de don Porfirio se vestía de gala para festejar el Centenario del
movimiento de Independencia tratando de quedar bien con los invitados
representantes de muchos países: se develó la Columna de la Independencia en
Paseo de la Reforma y circularon las atractivas monedas de oro llamadas
Centenarios. El porfirismo intentó mostrar que las cosas marchaban bien, pero
la descomposición interna anunciaba que en un breve plazo ocurriría el fin del
régimen. Por más que se maquillara la fachada, no era posible ocultar lo que
había detrás de ella.
Por otro lado, la prensa independiente empezó a cobrar
fuerza con la puesta en circulación de varios periódicos impactando en el ánimo
social: Regeneración, El hijo del Ahuizote, Diario del Hogar y Redención Social
por mencionar algunos. A través de sus
líneas se criticó al régimen porfirista y lo mismo se hizo con la caricatura
política, principalmente bajo la autoría del grabador mexicano José Guadalupe
Posada, que en sus calaveras personificaba los vicios de la sociedad y
aristócratas mexicanas.
Se dieron rebeliones campesinas en varias partes del país de
igual manera, movimientos obreros en diferentes centros fabriles. Las prisiones
de Valle Nacional, lugar inhóspito por su clima, flora y fauna, entre Oaxaca,
Chiapas y Veracruz; San Juan de Ulúa, en el puerto de Veracruz y la recién
creada penitenciaría de Lecumberri en la ciudad de México (hoy Archivo General
de la Nación) eran insuficientes.
La miseria del ciudadano común contrastaba con la opulencia
de los hacendados y la aristocracia. Era patente la ignorancia del pueblo.
Según informes dados a conocer por Justo Sierra en el Congreso Nacional de
Educación, celebrado en 1910, el 74.6% de los niños en edad no asistía a la
escuela y el analfabetismo alcanzaba el 70%. Estos eran los datos oficiales,
pero otros calculaban alrededor de un 84%.
Simultáneamente, la nueva burguesía preparaba su propia
lucha pues veía frenados sus proyectos de industrialización y crecimiento económico
por los ricos y anquilosados aristócratas porfiristas.
La clase media aspiraba a tener acceso a la educación, a
mejores empleos y condiciones de vida. Liberarse de la opresión y abusos del
grupo en el poder se convirtió en un objetivo inmediato para ellos.
El gobierno y los ricos privilegiados, obsesionados por el
poder y la riqueza no cedieron para mejorar las condiciones del pueblo y evitar
movimientos sociales mayores. No comprendieron que esto significaba su
supervivencia como clase élite, pusieron oídos sordos a las demandas populares
y ceguera ante la realidad del país.
A todo esto se agrega que el promedio de edad de Porfirio
Díaz y su gabinete aproximadamente de setenta años; incluso desde 1904 se había
restablecido la figura de vicepresidente para contar con un sustituto leal en caso de enfermedad o muerte.
En el aspecto exterior, a los Estados Unidos dejó de
convenirles el gobierno de Díaz debido a la competencia industrial y comercial
que este propició con varios países europeos, cuyas inversiones empezaban a
rendir frutos en México.
La lucha popular durante el porfirismo se había limitado a
manifestaciones locales que con facilidad eran aplacadas por el gobierno, pero
ahora la situación era generalizada y originó el primer movimiento revolucionario,
a nivel mundial, del siglo XX.
Como resultado de las elecciones de 1910 Porfirio Díaz fue
elegido presidente, por octava ocasión, para el periodo 1910-1916. La
oposición, consciente del fraude electoral, se convenció de que la única vía
para cambiar el régimen porfirista era la de las armas.
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