A mediados del siglo XIX, el arte adopta un nuevo sentido de
la realidad, bajo la influencia del positivismo científico. Corriente del
Realismo fue en parte una reacción contra el “estilo correcto” de los Salones y
contra la uniformidad de quienes seguían a los viejos maestros, y en parte una
reacción a las visiones subjetivas de la naturaleza y a la fantasía exagerada
del paisaje romántico, manifestando al mismo tiempo nuevos intereses en el
marco de un enfoque racional, muy acorde con el positivismo.
El fundamento de la representación realista del paisaje se
encuentra en la escuela de Barbizon antes mencionada, pues tanto Corot como
Teodoro Rousseau, exponentes de esa escuela, se dedicaron a explorar directa y
constantemente las posibilidades de traducir en el cuadro todas las
percepciones visuales que sugiere la naturaleza.
El acercamiento a la
realidad no se produce solamente en el paisaje; ahora la pintura aborda temas de
contenido social y se convierte en un medio de denuncia de la problemática de
una época marcada por la industrialización. Uno de los iniciadores de este
nuevo realismo, que retrata al ser humano –principalmente campesinos- en su
trabajo cotidiano, es Jean Françoise Millet, pintor francés que utiliza en sus
obras una luz difusa, una paleta clara y una composición escultórica de los
volúmenes, como podemos observar en sus obras “Las espigadoras” y “El Ángelus”.
Pero es con Gustavo Courbet con quien la pintura adquiere
definitivamente su carácter realista, puede luego sustraer el mundo de los
hechos reales a la intervención embellecedora de la imaginación; pinta al ser
humano y la naturaleza que lo rodea con gran crudeza, por lo que, en este
sentido, es considerado como un pintor revolucionario. Los temas de Courbet
supone un rechazo a la belleza arquetípica que aspiraba a la creación de un
mundo ideal al margen de la vida real, lo que se traduce en la representación directa
de cuanto rodea al mundo moderno de un modo científico, naturalista,
anticlásico y antiacadémico, como el mismo pintor expresó en su Manifiesto
Realista. Dentro de las obras de este artista podemos mencionar “Un entierro en
Ornans”, “El encuentro” y “El estudio del pintor”.
Otro personaje que puso de relieve las tendencias realistas
en el siglo XIX es Honoré Daumier, cuya obra presenta la realidad política y
social de Francia en un momento de crisis e inconformidad hacia los gobernantes.
La fuerza que imprime a sus trazos; la carga profundamente expresiva, personal
y distorsionante de las figuras, algunas de las cuales llega a caricaturizar;
la cruda sátira de su sociedad; y la emoción de sus obras alegóricas y
religiosas, hacen de Daumier un artista comprometido con su sociedad y con su
tiempo. Algunas de sus obras son “Vagón de tercera clase” y “La lavandera y su hijo”.
Vagón de tercera clase, Daumier |
El Realismo trató de eliminar toda carga subjetiva que el
pintor pudiera añadir a la imagen, e intentó que el ojo del artista actuara
casi como una cámara fotográfica que sólo captara los objetos de la realidad
tangible. La pintura fue convirtiéndose en una especie de apunte instantáneo de
un fragmento de espacio y de un momento en el tiempo.
El escultor más importante de fines de siglo XIX, no sólo en
Francia su país de origen, sino en toda Europa, fue Auguste Rodin. Artista
versátil e innovador, formado en el aprendizaje de las artes industriales y
decorativas, Rodin logró un pleno reconocimiento a su obra hasta principios del
siglo XX. Su arte realista-impresionista se preocupa por captar la expresión
fugaz del momento; las figuras de Rodin parecen surgir del material, quedando
las superficies a medio desbastar, con lo que la escultura adquirió la calidad
del boceto que los pintores impresionistas surgieron en sus cuadros. Entre las
obras de Rodin destacan: “El pensador”, “Las puertas del infierno” y el
dramático grupo de “Los ciudadanos de Calais”.
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