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El proceso en breve

En tal virtud, el surgimiento de México como nación libre fue una dinámica que se realizó como resultado de los acontecimientos suscitados en el exterior y en el contexto local. Es así que el estudio de la independencia se debe hacer a partir del análisis de las causas que la originaron, tanto en la situación interna predominante en esa época como fuera del territorio colonial.

Desde la conquista española, la Nueva España se vio obligada a tributar a la metrópoli y a aceptar todas las condiciones que consideraron necesarias los peninsulares para el mejor control y explotación de la colonia virreinal. Las unidades básicas de producción que establecieron fueron la hacienda, la agricultura, la estancia ganadera, el taller artesanal, el obraje y sobre todo, la minería. En todas ellas, la explotación de la fuerza de trabajo indígena y la de negros importada fue el pan de cada día por casi 300 años.

La sociedad novohispana se dividió en estamentos, criterios como el color de la piel y la fortuna personal regían la pertenencia a la clase alta o baja. Aparecen y se consolidan en la estructura social los peninsulares, criollos, indios, negros y las castas. Los primeros se diferenciaban por la cuna de origen: haber nacido en España los ubicaba en condición de privilegios amplios y hacerlo en la Nueva España los condicionaba a ciertas restricciones económicas, políticas, sociales y culturales. Los segundos, en tanto, vivían en condiciones miserables y de servidumbre la mayoría de ellos.
En lo político, los españoles ibéricos monopolizaron los principales cargos públicos y relegaron a otros grupos sociales –criollos y mestizos- a puestos secundarios, formando una hermandad donde el apoyo era irrestricto para todo aquel que llegara del viejo mundo.

En lo económico la situación era similar. Los españoles peninsulares se repartieron las actividades más lucrativas de la colonia, a través de mercedes reales se apropiaron de las tierras más fértiles de los indios conquistados, explotaron los metales preciosos como oro y plata, acapararon el comercio en las ciudades que fueron fundando y se integraron consulados de comerciantes que con el apoyo de la Casa de Contratación de Sevilla monopolizaba toda la actividad mercantil de la Nueva España.

En el siglo XVIII las reformas borbónicas activaron el sentimiento emancipador de los criollos haciéndoles concebir el derecho a gobernar el territorio novohispano para disfrutar las riquezas y maravillas descubiertas por Alexander Von Humboldt. De paso vislumbraron la posibilidad de terminar con la gran discriminación existente hacia ellos en todos los aspectos. Las ideas de libertad empezaron a madurar.
Alexander Von Humboldt
Estas intenciones de libertad tomaron una forma más clara cuando, gracias al contacto libre con Europa por medio del comercio, llegaron a la colonia algunos libros que contenían ideas nuevas: las ideas de la ilustración, un movimiento intelectual que se estaba dando en Francia y que se oponía al poder excesivo de las reyes, al dominio de la Iglesia y a la explotación del pueblo por parte de la nobleza y el clero. También se hablaba del derecho de los pueblos a gobernarse por sí mismos y de los derechos individuales de los hombres: la libertad, la igualdad, la vida, etcétera. Algunos criollos comenzaron a leer los libros de la ilustración y se dieron cuenta de que el gobierno español cometía injusticias con los habitantes de las colonias.

En el ámbito exterior, la independencia de las trece colonias americanas en 1776 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Constitución de Filadelfia inquietaron a la población criolla de la Nueva España a leer las proclamas de libertad e igualdad sostenidas en este movimiento libertador.

Por otro lado, el derrocamiento de la realiza francesa por la revolución de 1789 reafirmó las tesis democráticas de la soberanía del pueblo y llevó a la reflexión a los intelectuales novohispanos –sacerdotes y algunos profesionistas- para aspirar a una independencia que cada vez se hacia más necesaria.

Por eso, el momento para lograr los objetivos de libertad de la mayoría de los habitantes de la Nueva España se volvió propicio al ocurrir la intervención de Francia y Napoleón Bonaparte en España en 1808. La imposición de José Bonaparte, mejor conocido como Pepe Botella, el trono español, provocó que tanto criollos, por un lado, y peninsulares, por otro, coincidieran en la necesidad de realizar un movimiento emancipador.
José Bonaparte
La designación de este controvertido personaje como rey de España fue recibida en América con el mayor disgusto y un verso que circuló en ese tiempo invitaba a la población novohispana a la rebelión:

“Abre los ojos pueblo Americano
Y aprovecha la oportunidad
Tan oportuna.
Amados compatriotas,

En la mano las libertades ha
Dispuesto la fortuna;
Si ahora nos sacudís el yugo hispano,
Miserables seréis sin duda alguna”.

Tales acontecimientos rompieron el pacto que había entre el virreinato colonial y la metrópoli, muchos de sus habitantes compartieron la idea de llevar a cabo la lucha por la independencia desde su propia perspectiva de clase social. Los peninsulares que radicaban en la Nueva España se pronunciaban a favor de Fernando VII como legítimo rey de la Corona española pero no deseaban otorgar concesiones en la colonia por no convenir a sus intereses de grupo en el poder.

A pesar de todo, los novohispanos aún no pensaban en la independencia, lo que realmente deseaban era liberarse de los funcionarios peninsulares, querían tener un gobierno colonial formado de criollos, aunque siguieran siendo una colonia de España. La admiración y el cariño a la potencia colonizadora y, sobre todo, evangelizadora, seguía existiendo. La Corona era una institución respetada y amada por los criollos, a quienes odiaban era a los funcionarios peninsulares que habían llegado a desplazarlos y a quitarles oportunidades.

Una cosa era evidente: las aspiraciones de libertad y de independencias crecían con vigor e intensidad. Empezaron a organizarse conspiraciones como la del Ayuntamiento de la ciudad de México con Primo de Verdad, Juan Azcárate y Melchor de Talamantes; la de Valladolid –hoy Morelia- con Mariano Michelena y la de Querétaro con el corregidor Miguel Domínguez y el cura Miguel Hidalgo. En las reuniones de estos grupos disidentes, además de la independencia, el punto de discusión versaba sobre la organización política que debería adoptarse una vez separados de la vieja España.

Juan Azcárate
Finalmente, en 1810, Miguel Hidalgo y Costilla iniciaron la insurrección en el curato de Dolores, Guanajuato. La obra más relevante de este líder fue la derogación de tributos que pesaban sobre el pueblo, suprimió la distinción de las castas, declaró abolida la esclavitud y ordenó el reparto de las tierras, así como la confiscación de bienes de europeos en territorio novohispano.
Miguel Hidalgo y Costilla
A su muerte, asumió la dirección del movimiento José María Morelos y Pavón, quien presentó la etapa más brillante del proceso emancipador. Su pensamiento quedó plasmado en los Sentimientos de la Nación, documento que se leyó en la apertura de sesiones del primer congreso constituyente reunido en Chilpancingo y trasladado posteriormente a Apatzingán.

La aportación de José Ma. Morelos fue clara: propuso la República como sistema político de gobierno, la división de poderes y la soberanía del pueblo como fuentes de donde surgirían todas las facultades del Estado nación. También destacan en él los principios de independencia, libertad e igualdad de todos los mexicanos.
José María Morelos y Pavón
Con la muerte de Morelos, a partir de 1915, el movimiento de independencia decayó por falta de dirección militar. Los años siguientes fueron difíciles, destaca la breve participación de Francisco Javier Mina como un movimiento de libertad, después los representantes más importantes de esta lucha fueron Vicente Guerrero en el bando insurgente contra Félix María Calleja y Agustín de Iturbide. La consumación de la independencia se logró por una conciliación convencional en 1821 al firmarse el Plan de Iguala con Guerrero e Iturbide quienes reconocieron la autonomía de la Nueva España y los Tratados de Córdoba signados por el español Juan O’Donojú y Agustín de Iturbide que ratificaron la independencia de la colonia hispana.

Finalmente, el 27 de septiembre de ese año, entró el Ejército de las Tres Garantías a la ciudad de México y este acto selló, simbólicamente, la culminación de la independencia con intereses y actores diferentes a los que la iniciaron once años atrás.


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