El dadaísmo
Durante la Primera guerra mundial, en 1916, un grupo de
escritores y artistas europeos, inconformes con la situación política y social
de sus países que obstaculizaba su tarea artística, lanzaron agudas críticas
contra la sociedad de su tiempo, que por haber
sido capaz de producir aquella devastadora guerra era por tanto una
sociedad malvada, cuya filosofía y cultura, en severa crisis, deberían
destruirse totalmente. Con base en estas ideas fue creado el Dadaísmo, término
derivado del vocablo “Dada” que aquellos intelectuales eligieron para
autonombrarse y que se ha traducido generalmente como “caballito de cartón”, significado
cercano a una expresión francesa usada por el lenguaje infantil.
El Dadaísmo fue una actitud más que un estilo, un movimiento
internacional literario y artístico desarrollado entre los años 1915 y 1922 y
fundado por el pintor Hans Arp, el poeta Tristan Tzara y otros escritores, que
solían reunirse en el Café Voltaires de Zürich, Suiza, en donde los dadaístas
presentaron por primera vez espectáculos estrafalarios de música y danza. Casi
de manera simultánea, Marcel Duchamp, Man Ray y Francis Picabia fundaron en
Nueva York un grupo similar y posteriormente, en 1918, los dos grupos se
reunieron en Lausanne, Suiza, y publicaron el “Manifiesto Dadaísta”, escrito en
el cual los integrantes de este movimiento expusieron su visión del mundo y las
características de la nueva corriente.
En toda actividad dadaísta debía verse un acto de provocación.
Sus exponentes buscaban destruir el arte establecido, recurriendo a diversas
estrategias; se burlaban de los objetos artísticos que habían sido venerados
durante siglos y tomaban objetos de uso cotidiano como botellas, ruedas de bicicleta,
lavabos, etc., presentándolos como objetos artísticos.
La obra de Marcel Duchamp se puede considerar auténtica
precursora del dadaísmo. Sus ready mades u
objetos ya fabricados, comenzaron a revolucionar el mundo artístico en 1913,
fecha en que el artista francés presentó su famosa “Rueda de bicicleta”. Esta
obra consistía en una rueda extraída de su contexto, la bicicleta, y colocada
en posición invertida sobre un taburete blanco.
Rueda de bicileta, Marcel Duchamp |
La descontextualización de un objeto implica la revisión del
mismo, tanto a nivel formal como contextual, surgiendo así la posibilidad de
dotarlo de nuevos y múltiples significados, por lo que el ready made supuso una verdadera revolución en el terreno artístico.
Duchamp afirmaba que el arte establecido ya no significaba nada, que la
casualidad tenía mucho más significado y más sentido que el arte de una
sociedad decadente.
Hans Arp hizo un “collage aleatorio”, esparciendo sobre el
cuadro trozos de papel para obtener así un resultado accidental, proceso éste
muy diferente del de los collages cubistas de años anteriores. Por su parte, el
pintor Kurt Schwiters realizó collages con materiales de desecho a los que
llamó “Merz”.
El Dadaísmo consiguió provocar el escándalo, pero en el
aspecto positivo, y como muchos de los demás movimientos, logró que el
espectador observara las imágenes de una manera distinta. Las pinturas y los
objetos Dada obligaban a poner en tela de juicio las realidades aceptadas y a
reconocer el papel del azar y la imaginación. Después de la guerra se
celebraron en París varias exposiciones y los artistas Dada entraron en
contacto con André Breton, que se había convertido en el portavoz de otro
movimiento, el Surrealismo. Finalmente, hacia 1922, muchos de los artistas Dada
se habían comprometido con el surrealismo.
El surrealismo
El surrealismo surgió tanto de la pintura metafísica de
Giorgio de Chirico (pintor italiano de principios de siglo), que se inspiraba
en la imaginación y en los sueños, como del Dada con su insistencia en la
ordenación casual de los objetos. Al surrealismo le interesaba más explorar e
ilustrar la mente inconsciente que destruir el arte establecido, como había
intentado el dadaísmo. Los surrealistas decidieron que el punto de vista
racional y científico había ocupado demasiado tiempo un primer plano; querían
liberar la imaginación y que el espectador tomara consciencia de su aspecto
poético más que de su aspecto científico.
El surrealismo, que comenzó en 1924 y continuó durante la
década de 1930, fue llamado así por el crítico Apollinaire, quien en 1917 dio
el nombre de “Surrealista” a una obra de teatro que mostraba esta tendencia. El
escritor francés André Breton organizó el movimiento y presentó sus teorías,
basadas en el estudio de la obra de Sigmund Freud sobre el funcionamiento de la
mente inconsciente y la interpretación de los sueños.
Las raíces del surrealismo de remontan a principios del
siglo XX, cuando el inconsciente era motivo de muchos estudios. En este
contexto, la vanguardia literaria y pictórica se interesó por analizar la obra
del pintor Hieronymus Bosch (siglo XV), quien tradujo en símbolos estrujantes,
tanto tradicionales como creados por su imaginación, los más profundos deseos y
temores del hombre medieval. El Bosco expuso en su época lo que Freud mostraría
siglos después de un modo científico: que el símbolo puede constituir el
vínculo entre el consciente y el inconsciente.
El concepto fundamental del surrealismo es el automatismo,
basado en una especia de dictado mágico, proveniente del inconsciente, gracias
al cual surgen poemas, ensayos y obras en prosa, dentro de la vertiente
literaria, y los pintores y escultores aplicaron el mismo método para realizar
sus composiciones. No obstante, en las obras de carácter plástico surrealista
se advierten dos tipos bien diferenciados: algunos artistas prefieren orientas
sus obras a la aplicación de automatismo puro, dejando que fluya del
inconsciente las imágenes, mientras que otros siguen una vía ligada al
onirismo,
es decir, recurren a la representación de imágenes de los sueños.
Entre los primeros destaca André Mason, quien realizaba
dibujos de carácter automático, a pluma sobre papel, desarrollando
composiciones abstractas, dotadas de gran agilidad y dinamismo que expresaba un
estado anímico de gran euforia como lo demuestra en su obra “El laberinto”.
También en esta misma línea de automatismo se encuentra la pintura del artista
catalán Joan Miró. El arte de Miró se caracterizó siempre por mantenerse fiel
al lenguaje de los signos, así como por la marcada preferencia por los colores
vivos y puros, sobre todo primarios y secundarios, aunque en algunos casos
también empleó los neutros, como lo podemos observar en aglunas de sus obras
como “Interior holandés”, “La corrida de toros” y “El oro del azul del cielo”.
La corrida de Toros, Miró |
La pintura surrealista que recurre a la vida onírica está
representada por artistas como el belga René Magritte y el español Salvador
Dalí. La obra “Los amantes” de René Magritte es un ejemplar de lo anterior.
Tanto Magritte como Dalí se especializaron en pintar composiciones figurativas,
apegándose a las normas tradicionales de representación perspectiva, con objeto
de lograr figuras sumamente impactantes. Algunas obras de Dalí son “La vejez de
Guillermo Tell”, “Mae West” y “La persistencia de la memoria”.
Otro artista surrealista, en cuya obra no se puede distinguir
de manera clara a cuál de las dos vías corresponde, es Max Ernst. La aportación
personal de esta artista de gran origen alemán reside en haber introducido el
collage a la pintura surrealista, y haber inventado el “frottage” consistente
en colocar bajo el soporte sobre el que había de pintar elementos de texturas
gruesas diferentes, con la finalidad de que al frotar sobre ellos quedase su
trama visible en el soporte, y así, sacar a la luz imágenes sumergidas en el
material. Dos obras de Ernst son “La alegría de vivir” y “La ninfa Eco”.
En México, el surrealismo está representado por Frida Kahlo,
Leonora Carrington y Remedios Varo, cuyas pinturas han dejado una profunda
huella en las nuevas generaciones de pintores en México.
La alegría de vivir, Max Ernst |
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