El arte colonial en el siglo XVI
Ante la necesidad de los conquistadores españoles por llevar
a cabo de forma inmediata sus planes de dominación en América, antes de la
conquista definitiva de México, se levantaron sitios estratégicos algunas
modestas construcciones de tipo defensivo destinadas a proteger a las tropas
españolas de los ataques constantes de la resistencia indígena; también se
construyeron pequeñas iglesias provisionales a fin de celebrar los oficios
religiosos cristianos. Después de la caída de Tenochtitlan, empezó la actividad
constructiva de los españoles, a costa de la destrucción de la arquitectura
mexica, levantando casas, edificios de gobierno, hospitales, escuelas, iglesias
y monasterios con estilos importados de España, ya fueran plateresco,
herreriano, mudéjar o gótico.
Además de las tropas españolas llegaron a la Nueva España
las órdenes mendicantes, franciscanos, dominicos y agustinos, cuya misión
primordial era evangelizar a los pueblos conquistados, llevándoles la fe
católica e imponiendo una nueva ideología dirigida por la Corona española. Cada
una de las órdenes religiosas construyó en la Nueva España un considerable
número de conventos con características propias acordes a las normas de cada
orden religiosa. Los primeros conventos funcionaban también como fortalezas
debido a la inconformidad que existía en el pueblo recientemente conquistado.
Los conventos
Los primeros conventos de las órdenes monásticas en el siglo
XVI fueron de estilo plateresco, mudéjar o gótico y la disposición de sus
distintos espacios estuvo definida por la “traza moderada” establecida por el virrey Antonio de Mendoza,
con el propósito de señalar las características que deberían tener todos los
conventos de la Nueva España.
Los conventos tenía tres espacios principales: el atrio, la
iglesia y el convento propiamente dicho. El primero consistía en un patio rectangular
limitado por muros altos con almenas y tres puertas en sus ejes principales; en
cada uno de sus cuatro esquinas se construyeron “capillas posas” y en el centro
de este patio se localizaba un cruz, por eso llamada atrial, labrada en piedra
con relieves escultóricos. Al fondo del atrio se ubicaba la iglesia, por lo
general de una sola nave y cubierta con una bóveda de estilo gótico; las
fachadas se decoraron con elementos platerescos, herrerianos o mudéjares, y en
el interior, el altar dela iglesia era enmarcado por un retablo de madera
tallada y recubierta con hoja de oro, con esculturas estofadas y pinturas al
óleo de temática religiosa. A un costado de la iglesia se encontraba por lo
general una capilla abierta destinada a albergar a las multitudes que asistían
a las ceremonias religiosas, y en el extremo opuesto estaba el convento donde habitaban los
monjes, con un claustro al centro y las distintas dependencias alrededor del
mismo.
En el siglo XVI, los franciscanos construyeron más de
cuarenta conventos que se distinguieron por la austeridad y sencillez en la
decoración tanto de interiores como de exteriores como de exteriores; destacan
entre ellos el de Tepeaca, en el actual estado de Puebla, sobre todo por su
arcaísmo y su traza de verdadero templo-fortaleza; también son reconocidos por
su belleza los de Tlalmanalco, Huejotzingo, Calpan y Atlixco.
El voto de pobreza de los franciscanos, reflejado durante el
siglo XVI en sus templos, resalta el contraste con los agustinos de la misma
época, quienes levantaron grandes obras arquitectónicas ricamente ornamentadas
en sus fachadas e interiores, reflejando de manera clara la transición del
estilo Plateresco al Barroco. Dentro de los veintiún templos agustinos destacan
los de Acolman, Actopan, Cuitzeo y Yuriria.
Los frailes dominicos realizaron algunos conventos de mayor
tamaño que los franciscanos y agustinos e hicieron algunas modificaciones a la
disposición de las iglesias; comenzaron a utilizar el crucero, que habría de
definir la planta de los templos del siguiente siglo, como en la iglesia de
Oaxtepec, que presenta en la bóveda nervaduras y arcos apuntados. Otros
conventos dominicos que también destacan por su rica decoración son los de
Tepoztlán, Oaxaca y Yanhuitlán.
Estilo Plateresco
Los rasgos más distintivos del estilo Plateresco en la Nueva
España se encuentran en los relieves escultóricos de las fachadas de las
iglesias y conventos, y en los detalles decorativos de las capillas “posas” y
las cruces atriales. Consisten en formas ornamentales diversas como las
guirnaldas, conchas, carteles y escudos, mezclados con figuras religiosas
propias del repertorio iconográfico de cada orden religiosa.
Estilo Herreriano
El estilo Herreriano, de menor desarrollo que el plateresco
en México, surgió en la segunda mitad del siglo XVI, en los detalles arquitectónicos
de algunas iglesias y conventos. Este estilo se caracteriza por la austeridad y
la monotonía formal, así como por el gusto de la monumentalidad, evidentes en
las fachadas norte de la “Catedral de México”, en las torres y los pináculos de
la “Catedral de Puebla” y en la fachada principal de la “Iglesia de Santa Clara”,
en la Ciudad de México.
La Pintura
La representación pictórica más significativa del siglo XVI
corresponde a los frescos realizados en los muros y bóvedas de los templos y
los conventos, donde se combinan los motivos platerescos con las formas
medievales; por lo general el color se limita al blanco y negro, con toques de
rojo, ocre y sepia; sin embargo, existe un caso excepcional en las pinturas del
claustro del Convento de Epazoyucan, en Hidalgo, que muestra muros con una
amplia gama cromática. Entre las pinturas al fresco los conventos destacan las
de San Agustín de Acolman, San Miguel de Huejotzingo, San Francisco de Tepeaca
y San Agustín de Actopan.
Con la llegada del pintos flamenco Simón Pereyns (1566-1603)
a México durante el segundo tercio del siglo XVI, se inició el desarrollo de
una pintura de caballete de gran calidad, ejemplificada en los óleos delos
retablos en las iglesias de Cuernavaca, Malinalco y Huejotzingo. La obra de
Pereyns se caracteriza por las coloraciones azules, la persistencia del dorado,
la esterilización de los personajes y los acabados laqueados de la pintura.
Los pintores españoles que residían en México y que
estuvieron influidos por la obra de Pereyns fueron: Andrés de la Concha,
Francisco de Zumaya y Juan de Arrúe, quienes realizaron varios óleos para
distintas iglesias, como el “retablo de la iglesia de Cuautinchan”, obra de Arrúe,
y las pinturas sobre madera en el alta mayor de la “iglesia dominica en
Yanhuitlán”, Oaxaca, sobra de Andrés d la Concha.
La Escultura
En la escultura colonial se pueden encontrar valores
ancestrales de la cultura popular mexicana mucho más fuertes que en la pintura.
Los talladores mestizos e indígenas era herederos de una tradición basada en la
decoración en relieve, mientras que los aspirantes a pintores estaban obligados
a asimilar los estilos de las obras europeas, en el Arte Colonial, la escultura
es más libre y original que la pintura, y sobre todo más americana, y puede
observarse bajo dos aspectos: las obras realizadas por artistas mestizos o
indígenas y las expresiones de tradición renacentista.
Dentro de los trabajos escultóricos realizados por manos indígenas
o mestizas se encuentran los púlpitos y las pilas bautismales de las iglesias,
en los que se muestra la síntesis entre la tradición local y las formas
europeas, interpretadas en un estilo muy personal que dio origen a un estilo
decorativo denominado “Tequitqui”.
En cuanto a la escultura de tradición o influencia
renacentista, se deben considerar las bien logradas figura que representan a la Virgen María, realizadas en madera
dorada y policromada, con rostros y proporciones corporales que recuerdan la
escultura clásica. Dentro de las mejores piezas de este género se encuentran la
“Virgen del retablo en la Iglesia de Xochimilco”, en México, y la “Virgen de la
Salud”, venerada en Pátzcuaro, Michoacán.
El arte barroco en México
En las primeras décadas del siglo XVII, después de un largo
periodo de conquista y colonización, empezaron a diferenciarse los españoles de
Europa de los de América, los llamados criollos; se abandonaron los estilos
plateresco y herreriano, adoptándose un nuevo estilo: el Barroco. Al principio
se imitaron los modelos peninsulares, pero con el paso del tiempo se fueron
desarrollando formas más acordes al gusto y la expresión de los mexicanos. La
complicación, la exuberancia y la riqueza del Barroco fueron en México la
expresión de una clase que había conseguido el ascenso económico y social y
cuyo éxito se manifestaba en el lujo y la decoración exuberante.
El Barroco en México representa un anhelo libertario y un
deseo de expresar una nueva vitalidad artística; en ese sentido, rompió los
cánones clásicos de la composición y desarrolló de creaciones en las que
destacan de manera primordial la luz, el color, así como la combinación de la
escultura y la pintura con la arquitectura. Desde el punto de vista
estructural, la arquitectura barroca se apoyó en las columnas clásicas, aunque
alterando sus proporciones y cubriéndolas con una profusa decoración; se
fragmentó el plano de las fachadas, provocando salientes y entrantes a base de
nichos, cornisas y pilastras adosadas, y a menudo los frontones fueron
convertidos en tímpanos.
La arquitectura
Según el historiador Manuel Toussaint, el Barroco mexicano
tuvo tres etapas: la primera, de carácter sobrio, conserva los órdenes arquitectónicos
con alteración de proporciones, ruptura de entablamentos, profusión de elementos
ornamentales y multiplicación de formas en puertas, ventanas, nichos, remates y
frontones. La segunda etapa, rica, caprichosa y fantástica, busca el lujo
refinado acentuado la decoración. La tercera, exuberante, cubre todo el espacio
con relieves de argamasa o yeso, pintados de blanco o crema con líneas doradas,
o frecuentemente policromados.
La pintura
La pintura de la Nueva España en el siglo XVII evolucionó
gracias a las aportaciones e influencias recibidas a través de España. Estuvo
limitada a un temario religioso donde el pintor solamente copiaba los pasajes y
personajes demandados por la sociedad novohispana, lo que le impedía explorar
las realidades circundantes y mostrar sus dotes personales como artista. A
pesar de estos factores, el Arte Colonial mexicano del siglo XVII alcanzó otros
altos niveles de calidad, comparables con las obras de los artistas extranjeros
de la época.
Entre los artistas europeos llegados a México durante el
virreinato, durante los últimos años del siglo XVI, se encuentran Baltasar
Echave Orio, conocido como Echave el viejo, considerado como pintor manierista
de excelente dibujo, con un manejo de colores cálidos y representación de
rostros idealizados y tranquilos de los personajes presentes en sus lienzos. Su
producción fue abundante aunque se conservan pocas pinturas originales, entre
las que destacan “Adoración de los Reyes”, “La oración del huerto” y “La visitación”.
Otros pintores del siglo XVII fueron el mexicano Luis
Juárez, quien se caracteriza por presentar en sus obras la suavidad y
delicadeza de trazo con la que realizaba ángeles rubios de ojos en éxtasis y
colores brillantes. Baltasar Echave el Viejo, encontró su expresión en los
azules, tanto de los cielos como de sus paisajes. José Juárez, hijo de Luis,
abandonó la pintura suave del padre y un tercer Echave Rioja, llegó a integrar
las influencias de la obra de Murillo y de Rubens. Esta confusión de estilos e
ideas es aún más representativa en el caso de Pedro Ramírez, quien imitó en sus
pinturas los estilos de José Juárez, Ribera y Rubens.
La pintura europeizante del primer Barroco culmina en la
obra de Cristóbal de Villalpando y Juan Correa, ambos pintores fecundos y, tal
vez por eso mismo, desiguales en sus respectivas producciones; ambos alternaron
una forma de expresión sombría, estética y de tonos oscuros, con otra de
figuras dinámicas y tonos claros. Ya en pleno siglo XVIII, se distinguieron dos
pintores de caracteres más diferenciados, José de Ibarra, nacido en
Guadalajara, conocido como “el Murillo Mexicano”, tanto por su habilidad para
copar al maestro como por su parecido físico con él. Miguel Cabrera, fundador
de la primera Academia de pintura en México, fue un excelente retratista, de
temática principalmente religiosa; realizó una vasta obra para conventos e
iglesias y es conocido el retrato de “Sor Juana Inés de la Cruz”.
La Escultura
La escultura “culta” se había incorporado desde el siglo XVI
a la arquitectura en la estatuaria solemne de las fachadas o en el trabajo de
los retablos. Se puede encontrar manifestaciones escultóricas profusamente
variadas en diferentes regiones del país, desde Chihuahua hasta Oaxaca. La
figura culminante dentro del trabajo escultórico es Jerónimo de Balbás, llegado
a México a principios del siglo XVII, de reconocida fama por la obra del
Retablo mayor de la Catedral de Sevilla. Su “Retablo de los Reyes” de la catedral
de la Ciudad de México sirvió de modelo en la difusión de la columna estípite.
La expresión escultórica más mexicana está representada tanto
en los retablos como en el abundante repertorio iconográfico popular. Con
frecuencia se pueden encontrar también bajorrelieves en los cuales el artista
anónimo busca proyectar en su obra sus inquietudes espirituales. Un arquetipo
de lo anterior se encuentra en el “Nacimiento de la Virgen” en la Capilla del
Rosario, en Puebla.
La escultura integrada en el ornamento y en la arquitectura
se muestra plenamente en Tlacolula y en Tonantzintla. La imaginería popular
llena las iglesias de México de extremo a extremo, con singularidades llevadas
a lo sublime en los Cristos de caña o en las representaciones tenebristas, como
“El Cristo en la columna” de Taxco.
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