Los vientos de cambio continuaban manifestándose con
intensidad en la Europa Oriental, pero en el caso de la República Popular de
Checoslovaquia sus antecedentes se remontan dos décadas atrás. En 1968, el año
internacional de los movimientos estudiantiles, en el país surgió un movimiento
renovador que planteaba como exigencia un socialismo con rostro humano. Sin
embargo, las tropas soviéticas invadieron el territorio checoslovaco para
sofocar ese interesante experimento socializante.
La Primavera de Praga fue la muestra de que el totalitarismo de la
URSS se oponía a cualquier
forma de renovación en el socialismo.
Veinte años después, en 1988 y 1989, la oposición al régimen
aumentó considerablemente. En el vigésimo aniversario de la Primavera de Praga
se hicieron grandes manifestaciones estudiantiles que fueron reprimidas
violentamente. Como respuesta, en noviembre de 1989 hubo protestas
generalizadas en todo el país, los estudiantes se declararon en huelga y los
obreros siguieron el mismo camino. Con los paros se pedía el castigo a los
responsables de la represión estudiantil, se demandaba pluralismo político y
que el Partido Comunista Checoslovaco dejaron de ser la organización dirigente
en la vida del país.
El movimiento creció rápidamente destacando como líder
Vaclav Havel que firmó la Carta de los 77. De aquí surgió el Foro Cívico
integrado por organizaciones y ciudadanos de tendencia democrática. Se
pronunciaron por la renovación de las instituciones, la participación del
pueblo en la política, el pluralismo y la economía de mercado.
Vaclav Havel |
A finales de noviembre de 1989 hubo mítines masivos y se
declaró huelga general en todo el país. El secretario general del PCCh,
Alexander Dubcek, intentó resolver el problema pero ya era tarde.
En diciembre de ese año el Partido Comunista empezó a ceder
a la presión política del Foro Cívico. El gobierno tuvo que renunciar y la
revolución de terciopelo triunfaba en Checoslovaquia. El dramaturgo Vaclav
Havel se convirtió en el presidente de un estado plural cuyo pueblo le exigió
la descentralización económica e intelectual. No tardó mucho en que, producto
del reconocimiento histórico de un estado binacional, se crearan las Repúblicas
Checa y Eslovaca como dos entidades autónomas.
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